RESEÑA HISTÓRICA DE LA REAL, ANTIQUÍSIMA, ILUSTRE Y VENERABLE
HERMANDAD DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO DE «EL SALVADOR».
EXPOSICIÓN DE MOTIVOS PARA EL TEXTO ESTATUTARIO
En las Ordenanzas y Constituciones aprobadas sucesivamente para el mejor gobierno de nuestra corporación nazarena, fue costumbre asentada reunir unas pinceladas prologales que sintetizaran, para siempre y venidero conocimiento de todos, la límpida ejecutoria cuatro veces centenaria de esta Hermandad. Y se hizo acudiendo exclusivamente, a riesgo de incurrir en olvidos involuntarios para con tan denso pasado, a los acontecimientos más significativos de toda una trayectoria de siglos. Por la propia naturaleza jurídica del texto que se introduce aquí, va de suyo la necesidad imperiosa de acompañar este escueto ramillete de impares secuencias históricas con una sucinta exposición paralela de precedentes reguladores que encuadre, con la brevedad debida que impone la ocasión, la reformulación integral y actualizada de un articulado estatutario que ya lo estaba demandando.
La anchurosa historia y sobresaliente pátina de honor que jalona nuestro ayer nazareno, hay que principiarlo en el famoso permiso real sancionado por Felipe III, en el año 1614, y en favor de nuestras hoy efectivas aspiraciones procesionales. Aquella fundacional Provisión Real facultaba a los peticionarios, representantes del Cabildo de San Nicolás de Tolentino – entrañable institución establecida en el desaparecido y matriz Convento de San Agustín de Cuenca, para la instauración de una cofradía de Nazarenos. Y cuya finalidad y disposición obedecía a la novedosa celebración, en la capital conquense y para el resto de los tiempos, de una procesión bautizada como de Los Nazarenos, a realizarse cada Madrugada del Viernes Santo.
Aquel germen pasionista y tronco común de las tres hermandades que componen el hoy intitulado desfile Camino del Calvario arrancó su andadura procesional en el año 1616, con el estreno de unas primitivas Imágenes de Jesús Nazareno, San Juan Evangelista y Nuestra Señora de la Soledad, contratadas con el escultor Lascasas Espinosa. Progresivamente, la devoción profesada hacia aquellas Efigies en propiedad del Cabildo fue cristalizando en hermandades particularizadas alrededor de las correspondientes advocaciones. Así, esta Hermandad de Jesús Nazareno será la primera de las aludidas en constituirse oficialmente como tal, en la temprana fecha de 1662 y pese a despacharse la pertinente dispensa, para ser erigida, casi dos décadas antes (1645). En cambio, no puede precisarse cuál sería la exacta relación existente, tras este hito inaugural, entre la entonces también conocida como Hermandad del Santo Cristo de la Cruz a Cuestas de los Nazarenos y el originario Cabildo de San Nicolás de Tolentino. Al menos, hasta la célebre Concordia de Unión, rubricada en 1707, entre el precitado Cabildo y la Hermandad; entidad que adoptaría nueva nominación, a cuenta de esta ligazón, entremezclándose la identificación del Cabildo de San Nicolás de Tolentino con la de la Hermandad de Jesús Nazareno. Además y a colación de esta fusión, ostentaría poderosas prerrogativas en su indiscutible condición protagónica, quedando el añejo ente cabildero supeditado a la autoridad de la Hermandad del Nazareno, y presidiendo ésta el propio desfile procesional del Viernes Santo.
El comienzo del siglo XVIII, también arrojaría otro de los acaecimientos más gloriosos de nuestra Hermandad y devoción. En el mes de junio de 1706, se verificó una legendaria procesión de rogativas con la lenitiva participación, como fue usanza reiterada, de la sacrosanta Imagen milagrosa del Nazareno y que, para detener la pertinaz sequía que castigaba, ascendió hasta la Catedral de Cuenca, donde permaneció varios días y antes de cuyo regreso a su histórica capilla del cenobio de San Agustín, le fue impuesto por el Cabildo de Canónigos un precioso Pectoral de piedras moradas con cordoncillo de oro. Aquella recordada alhaja taumatúrgica, sustraída durante la feroz invasión carlista de la ciudad en 1874, devino consuelo de todos los devotos en el apurado trance de su agonía, falleciendo adornados y confortados por esa cruz sobre su pecho.
Y es que hay que hacer constar en los presentes Estatutos para recuerdo de los hermanos actuales y entendimiento de los que ingresen que, desde siempre, el culto a Nuestro Padre Jesús fue inmemorial. Así ha constado desde antiguo. Por ejemplo, en uno de los Libros de acuerdos de esta nuestra Hermandad y fatídicamente extraviado antes del siglo XX. El expresado Libro contenía edificantes recuerdos proverbiales, tales como el descrito, acerca de la benefactora protección intercesora de esta Sagrada Imagen y devoción, no solo de los hermanos, sino también de los hijos de esta noble ciudad de Cuenca.
El final de aquella decimoctava centuria iba a deparar dos nuevos capítulos inolvidables en la ampulosa existencia de la Hermandad. De un lado, la primordial e inteligente resistencia de la misma para sortear, con atinado criterio, los restrictivos efectos procesionales que, sobre nuestro desfile, se cernieron por mor de la Real Cedula de 20 de Febrero de 1777, dictada por Carlos III. Apenas un año después y de otra parte, se redactaban las primeras Ordenanzas y grandes Constituciones conocidas y recopiladas para el orden y funcionamiento de la Hermandad-Esclavitud de Jesús Nazareno y Cabildo de San Nicolás de Tolentino, que así y en aproximadas nomenclaturas se le citaba e indistintamente coligaba. Aquel medio centenar de artículos sería ratificado en años sucesivos, en un engorroso proceso burocrático que confirmaría extremos consabidos como la generalizada piedad a la que movía esta Sagrada Imagen entre todos los vecinos; la preeminencia organizativa y supremacía jerárquica de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús en el cortejo de la Madrugada del Viernes Santo; su radicación en el Convento de los Padres Agustinos de extramuros y que, al cabo, una mayoría de individuos que componían dicha corporación cofrade era de lo principal de esta ciudad y algunos vecinos de la Corte.
Contextualizada por los acontecimientos que le tocó vivir en cada momento, nuestra Hermandad gozó de pasajes no menos rescatables en el siglo XIX. La atroz invasión francesa de la Península, cuando la Guerra de la Independencia, deparó la primera estadía histórica y prolongada de la entonces Imagen Titular en las más seguras naves de la Iglesia de El Salvador. Ante la amenaza de destrucción del monasterio agustiniano, las Santas Efigies procesionales de La Madrugada fueron felizmente trasladas allí en 1812; hasta su solemne regreso al convento, cuatro años después y en solemne procesión, con la peligrosa intimidación destructiva ya espantada. Sin embargo, el galopante estado ruinoso de la construcción arquitectónica de San Agustín propició la marcha definitiva de estas Imágenes procesionales y su postrera ubicación definitiva, tras la Semana Santa de 1835, en la referida Iglesia de El Salvador. El establecimiento de nuestra Hermandad en su presente emplazamiento data de entonces, imponiéndose una paulatina y obligada modificación léxica de registros asociativos a la hora de referirse a la Imagen del Nazareno: trocándose su antigua denominación de «San Agustín». en favor de la hoy largamente aceptada por vinculo jurisdiccional de, «El Salvador» alli tiene su perenne asiento canónico y es venerada su talla, en la misma Capilla que ingresó cuando arribó para quedarse.
Más prolífica en hechos singulares fue la recién apurada centuria para la Hermandad de Jesús Nazareno. Muy ponto se verificaría una de las más relevantes novedades que haya experimentado jamás nuestra corporación y procesión. En 1904, el influyente político Mariano Catalina donó el Paso de Jesús Caído con la Verónica, cesión oficializada en una Junta General Extraordinaria de la Hermandad, celebrada el 19 de marzo del mismo año. Catalina sería nombrado hermano de la cofradía con los mismos derechos que los demás, pero eximiéndole de toda obligación (en una pionera suerte de hermano honorario), al representar persona piadosa que, de un modo especial y generoso, se distinguió por su caridad y protección decisiva a esta corporación nazarena. A partir de entonces, la procesión de la Madrugada del Viernes Santo amplió su repertorio pasionista en la calle, con la incorporación de este Misterio que, siempre a expensas de nuestra Hermandad, desfilaría tras la Imagen del Nazareno y antecediendo a la del Evangelista.
Parecidos favores recibiría esta Hermandad, en aquella época, de otro notable prohombre conquense, Pedro José Cobo. Convertido en innegable referente para nuestra corporación y, como en el caso de su pariente Catalina, para el renacimiento de la Semana Santa de Cuenca, sus numerosos agasajos y atenciones a esta cofradía pueden resumirse en el maravilloso regalo de un valiosísimo broche que, logrado en la reputada Casa de orfebrería de Mariano Cejalvo en Madrid, todavía hermosea, encaramado a las andas de nuestro Titular, en cada cortejo pasionista.
En parecido abanico cronológico, a caballo entre centurias casi, hay que situar la pintoresca irrupción de las Turbas en la comitiva de la Madrugada; aquel reducido grupo familiar de clarines estridentes y roncos tambores que, alejado de su actual masificación y anticipando a la Imagen del Nazareno, concurrirían escenificando la anárquica burla farisaica proferida al Redentor en el pesaroso camino hacia el Calvario. Ahormándose, pues y así, la clásica incumbencia simbólica entre este Grupo y la Hermandad.
Una buena radiografía de la disposición interna de nuestra Hermandad en esa coyuntura histórica, sería la derivada de la preparación de otras nuevas Constituciones para esta Venerable de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Estructurado en cerca de sesenta artículos, el invocado texto fue admitido por el Obispo en 1907 e incorpora ya, a carta cabal, su contemporáneo enlace administrativo con la Iglesia donde hoy se le rinde culto, además de una denominación institucional desprovista de su pasada conexión y tutela sobre el extinguido Cabildo de San Nicolás de Tolentino.
El infausto y desdichado punto de inflexión durante ese siglo para la Hermandad lo depararía el estallido de la Guerra Civil española, conflagración que destrozó al país entre los años 1936 y 1939. Los afanes revolucionarios y desmanes iconoclastas de los primeros meses del conflicto bélico en Cuenca, se llevaron por delante el patrimonio religioso e imaginero de la Semana Santa capitalina. Destruyéndose, claro está, las Imágenes procesionales de Jesús Nazareno del Salvador (y del Cirineo que, en el cortejo, le asistía) y las del Paso de Jesús Caído con la Verónica. Al finalizar la fratricida contienda bélica (durante la que no osó prosperar comitiva pasionista alguna), la cofradía se vio en la perentoria necesidad de redimir a una Hermandad prácticamente asolada en lo divino y humano, en lo económico y artístico. Aguardaba una ardua tarea para aquellos hermanos, a la hora de poder comparecer pronta y decorosamente en los desfiles que debían resurgir, en el acuciante panorama de la inmediata posguerra.
Y es en ese concreto marco histórico en el que esta Hermandad protagonizó – también la Semana Santa de Cuenca, en general- una titánica hazaña logrando revitalizar con rapidez y esplendor, su inveterada encomienda procesional y arrasada imaginería. Así, tras el excepcional cortejo procesional del Viernes Santo de 1940, cuando compareció con la entonces Imagen Titular de la homónima Hermandad del Nazareno del Puente, al año siguiente ya dispondría de su actual talla y que, bendecida en una ceremonia multitudinaria dispuesta en la Iglesia de El Salvador el 30 de marzo de 1941, sería costeada a partir de los propios fondos de nuestra corporación cofrade, del mismo modo encomiástico que se procedería con las que restaban por llegar.
La fe y la devoción movieron montañas. Y en 1945 ya estaba completado el porfiado elenco artístico que compondría, hasta hoy, la escenografía procesional de esta Hermandad en cada comitiva del Amanecer de Viernes Santo. En ese último año, llegaron a
Cuenca las modernas tallas del Cirineo (a acoplar junto al Titular), y las del Paso de Jesús Caído con la Verónica. Los denodados esfuerzos de aquella cimera generación de hermanos hubieran sido más complicados, todavía, de no contar con la inestimable colaboración del gran artista e imaginero conquense Luis Marco Pérez; laureado autor de nuestro completo programa escultórico y Hermano Honorario desde abril de 1943.
Durante la recuperación vertiginosa y admirable de la Hermandad en aquellos tiempos difíciles, se trabajó denodadamente en otra renovación de las Ordenanzas entonces vigentes. Sería algún tiempo después, con fecha del 2 de diciembre de 1955, cuando el Obispo Don Inocencio decretara la conformidad de unas nuevas Constituciones para la Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Esa adaptación del articulado, pese a mantener cifra análoga de cláusulas que en reglas precursoras, venía a actualizar la regulación organizativa de la cofradía para aquellos tiempos; buscando un equilibrio mesurado, como de ley es, entre la conservación de su insobornable esencia histórica y la supresión de inoperativos anacronismos estériles.
La relación de nuestra Hermandad con la Casa Real se estrecharía aún más – recuérdese el libramiento monárquico que originó su aparición procesional varias centurias atrás- en la recta final del siglo XX. Su Alteza Real, entonces Príncipe de Asturias, Don Felipe de Borbón y Grecia aceptaba, con fecha de 28 de noviembre de 1994, el nombramiento como Hermano Mayor Honorario, prebenda adjudicada por nuestra Asociación Pública de Fieles a título graciable, personal y vitalicio; correspondiéndole, por tanto, la más alta representación de la Hermandad. Apenas una década después, un día 30 de marzo del año 2005, esta misma corporación veía cómo S.M. El Rey Don Juan Carlos I concedía el Título de Real a la Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de «El Salvador».
A medio camino de la consecución de sendas dignidades, la Ilustre y Venerable Hermandad del Jesús del Salvador dispondría una nueva redacción de sus Estatutos. Los mismos fueron visados, estrenando centuria, en el año 2001 y configuran el referente inmediato del texto normativo al que preludian estas notas proemiales. Integrado por medio centenar de artículos, distribuidos en siete Títulos y otro Preliminar, la incesante reforma de muchas de sus normas, junto a la apremiante idoneidad de incluir nuevos parámetros y cumplimentar exigencias adicionales, invitaban a proceder a la revisión integral que se presenta ahora.
El balbuciente siglo que ya nos acoge echó a andar con un desgraciado suceso sacrílego perpetrado contra nuestras Sagradas Imágenes y que padecieron, durante la interrumpida procesión del Viernes Santo del 2002 y con parejo riesgo severo para la integridad personal de sus devotos, el calumnioso vituperio y agresión física de un incontrolado grupo de turbos en la puerta de la Iglesia de San Esteban. A consecuencia de aquel desagradable episodio y luego del oficio de una reparadora Misa de Desagravio, nuestra Hermandad decidió no desfilar al año siguiente, reintegrándose al cortejo, de nuevo, en el 2004. En este sentido, el tenaz y escrupuloso cumplimiento de la expresada voluntad mayoritaria de la misma, a la hora de interrumpir temporalmente su anual comitiva procesional, llevó aparejada una intervención diocesana de la cofradía por parte del Obispado.
Finalmente, cabe apuntar cómo las Imágenes de Jesús Caído y la Verónica encontraron acomodo permanente para su culto público, en tiempos recientes, en el interior de la Iglesia de El Salvador, preceptivo lugar sagrado de la Hermandad; bendiciéndose el pedestal de mármol, sobre el que se aúpan bajo el coro del templo estas Efigies, en el mes de marzo del 2005. Y hágase notar cómo, también y por último, es ritual norma aceptada que, en la Solemne Función Religiosa de nuestra Hermandad y a verificar el primer domingo del mes de octubre de cada año, sea expuesto el sensacional relicario pectoral, con «lignum crucis» y en cristal de roca, donado por aquella Dª Trinidad Cavero de Echavarría y con tal efecto.