
Procesión camino del Calvario
En este apartado podrás saber toda la información referente a la procesión.
El panorama historiográfico relativo a los orígenes de la Semana Santa conquense ha experimentado un enorme salto cualitativo durante los últimos tiempos. Específicamente, desde los años finales del siglo pasado y hasta tiempos recientes, las brillantes investigaciones de autores como, entre otros, Pedro Miguel Ibáñez, Antonio Pérez Valero y Julián Recuenco han dibujado un escenario, tan certero como aproximado, sobre la eclosión y evolución de nuestros desfiles procesionales. Referenciados en el apartado bibliográfico final de esta sección y base ineludible para hilvanar, sin demasiados claroscuros, la progresión histórica de la hoy intitulada procesión Camino del Calvario, los estudios publicados convergen en la circunstancia veraz de situar al legendario Cabildo de San Nicolás de Tolentino ‒consabido precedente en torno al cual, y con acomodo espacial en el extinto y capitalino Convento de San Agustín, se organizaban las Hermandades que ahora concurren en la Madrugada del Viernes Santo de Cuenca‒ como institución responsable de verificar, hacia comienzos del siglo XVII, las primeras carreras pasionistas de Imágenes como Nuestro Padre Jesús Nazareno, San Juan Evangelista y la Virgen de la Soledad.
Interesa en este fulgurante repaso, y de modo introductorio, resaltar el linajudo papel fundador que, hace cuatro siglos atrás y por tanto, desempeñó el mentado Cabildo de San Nicolás de Tolentino ‒y sus históricas hermandades vinculantes de Nuestro Padre Jesús Nazareno, San Juan Evangelista y Nuestra Señora de la Soledad‒ en los primeros vagidos de la Semana Santa de Cuenca. Así, como han demostrado las prenotadas autoridades en la materia y de modo documentado, la procesión Camino del Calvario ostenta el orgulloso honor de completar, tras la implantación de los también antiquísimos desfiles del Jueves Santo (desde el segundo tercio del siglo XVI y nucleado alrededor del Cabildo de la Vera Cruz-Ermita de San Roque) y Viernes Santo o Santo Entierro (desde el último tercio del antedicho siglo XVI y bajo la tutela penitencial del Cabildo de Nuestra Señora de la Soledad-Iglesia de El Salvador), la estructura arcaica a partir de la cual se vertebró, desde antiguo, nuestra Semana Mayor (tres desfiles y Cabildos, en dos días). En esta línea y comparativamente, no puede postergarse, por más tiempo, la impugnación absoluta de esa especie de complejo histórico local, dimanante de asumir el origen de nuestra señera Semana Santa con un flagrante retraso respecto al brote de la misma manifestación en los diversos y más antañones focos pasionistas españoles.
Como quiera que, sustanciar con brevedad tanto el origen como la evolución de nuestra Semana Santa ‒tarea indisociable del propio examen de esta Hermandad y procesión‒ comporta un cometido mucho más extenso que el pretendido en esta página oficial; circunscribiremos nuestro análisis, en adelante, a aquellos episodios capitales que, con mayor gradación y asumiendo los interrogantes que aún restan por despejar, afectan y perfilan el decurso histórico de tan emblemático desfile. Así, avanzando en estos primerísimos balbuceos de la procesión del Amanecer, y a partir del extraordinario y recurrente paquete documental difundido por el investigador Ángel González Palencia, hay que reseñar la solicitud cursada, en el lejanísimo año de 1614, por Pedro Melero, prioste del mencionado Cabildo de San Nicolás de Tolentino (y ubicado, como queda dicho, en el Convento de San Agustín de Cuenca); al objeto de conseguir la autorización real para organizar la procesión mañanera del Viernes Santo o de los “Nazarenos”. El subsiguiente y afirmativo permiso real (concedido por Felipe III, El Piadoso), fechado en Madrid el 17 de octubre del mismo 1614, va a ser completado con la emisión de otro nuevo mandamiento regio, y a propósito de la misma cuestión, con fecha de 30 de abril de 1615 (y como confirmación, a su vez, de otro con similar cariz, y signado el 27 de marzo de este último año). Dirigido, el mismo, al entonces Provisor del Obispado de Cuenca, Diego Serrano, el escrito ordena el cumplimiento de la Provisión del año 1614 y conmina, pues, a validar la procesión de los “Nazarenos”. Y es que, como puede colegirse fácilmente, el citado Licenciado Serrano abortó, de inicio, la celebración de una procesión que, los hermanos y cofrades del Cabildo y Convento, ya habían preparado con notable inversión económica.
A tenor de la paciente consulta llevada a cabo por firmas científicas como las de Pedro Miguel Ibáñez y de las atinadas transcripciones efectuadas por Jesús Moya Pinedo, puede inferirse la motivación que podría haber desencadenado la prohibición inicial de nuestra celebración por parte del aquí repetidamente aludido Serrano. La misma, no sería otra que la velada oposición de la Hermandad o Cabildo la Vera Cruz, al sentirse damnificada por el proyecto procesional proveniente del Convento de San Agustín. Sorteada, al final, pues nuestra procesión recorrería las calles de la ciudad en el año 1616 por primera vez, la anunciada resistencia emanaba, por tanto, de uno de los esenciales y máximos protagonistas del nacimiento de la Pasión conquense; y que bien podría haber argüido, como sustancia fundamental de su voluntad interventora, la arraigada veneración de otra Imagen de Jesús Nazareno con la Cruz a cuestas, como uno de sus pasos principales. Por ello, podríamos concluir que estamos ante la elucidación de la llamativa duplicidad iconográfica y pasionista que se produce, casi sin solución de continuidad, en el anochecer del Jueves Santo y en la madrugada del Viernes Santo.
Recientemente, el autor Antonio Pérez Valero ha remachado, aportando nuevos datos a partir de la feliz localización y escudriñamiento de un documento histórico conservado en el Archivo Histórico Provincial de Cuenca, esta teoría sobre el origen de la procesión de la Madrugada del Viernes Santo; plenamente asumida ya, en su parte mollar, por la bibliografía especializada en este campo. Dicho descubrimiento, supone el contrato original de las primigenias Imágenes que participaron en el cortejo de los “Nazarenos” (Jesús con la Cruz a cuestas, San Juan Evangelista y Virgen de la Soledad); desprendiéndose toda una generosa gama de informaciones sobre estos compases iniciáticos. Así y en primer lugar, queda atestiguado el encargo realizado por Blas López y Alonso de Cecar, en calidad de diputados del Cabildo de San Nicolás de Tolentino y sito en el Convento de San Agustín de Cuenca, al escultor y vecino de la ciudad Fernando Lascasas Espinosa. La carta de obligación que nos ocupa, comprometía al artista a ultimar las tres Imágenes para la Semana Santa de 1615 ‒tallas policromadas y articuladas, con una altura aproximada de 165 centímetros, y por las cuales percibiría una concreta cantidad de ducados‒; a la par que insta, literalmente y dato curioso que avala las adelantadas tesis del profesor Ibáñez, a una ejecución muy pareja, para el caso de la efigie de Jesús con la Cruz a cuestas, al Nazareno celado en la ermita de San Roque.
Tan preciado y precioso documento corrobora, a las claras y entre otras muchas cosas, cómo el Cabildo de San Nicolás de Tolentino había dispuesto su estreno procesional para la Semana Santa del año 1615, y como sancionaba la autorización real antes remarcada; evidenciándose, otra vez más, cómo la asumida postergación del primer desfile, hasta el año siguiente, obedeció a causas ajenas a nuestras Hermandades. Por otra parte y a propósito de su formidable hallazgo, el citado Pérez Valero establece un justificado argumento por el cual aquellas primitivas Imágenes podrían ser las mismas que sobrevivieron hasta la guerra civil; si bien las características estéticas apreciadas en los pasos procesionales anteriores a la contienda bélica y que, a su vez, ilustran las viejas fotografías conservadas, no parecen recrear el ambiente estilístico imperante en aquella vetusta época(1).
Avanzando, inexorablemente, en el calendario histórico de esta procesión ‒y como ejemplo paradigmático de la ascendencia de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno sobre la misma‒, merece la pena subrayar un dato documental que refuerza, a comienzos del siglo XVIII, el papel preponderante de dicha Corporación. Así, el copioso capítulo de informaciones generado a partir de la controvertida Real Cédula dictada por el rey ilustrado Carlos III en el año 1777 (y de la que, seguidamente, algo se comentará), alude a la procesión de los “Nazarenos” de la Madruga conquense del Viernes Santo nominando, de manera conjunta, al Cabildo de San Nicolás de Tolentino y Hermandad de Jesús Nazareno, en calidad de promotores. Además y relativo a este mismo episodio, cierto informe eclesiástico apunta que dicho Cabildo y Hermandad estaban concordados o unidos desde 1707 (y la última, con entidad propia, incluso y al menos, desde 1662). No sería descabellado vislumbrar que, de una u otra manera, la Hermandad del Nazareno había cobrado ya un protagonismo esencial en lo referente a la organización y desarrollo pasionista del cortejo.
En cuanto a la famosa y citada Real Cédula de 20 de febrero de 1777, a cuya aplicación concreta se opuso la procesión de los “Nazarenos” y sus agentes implicados, cabe señalar que, la misma, patentizaba un nítido cambio de mentalidad; pues apostaba por una decidida supervisión nacional de las cofradías, negando la participación de disciplinantes y empalados en los desfiles (entre otras conminaciones varias). Por lo tanto, la pasada espiritualidad barroca era contestada, a rebufo de los tiempos, por el ideario ilustrado triunfante. En esa delicada tesitura, con el ánimo evidente y varios razonamientos e intervenciones para ello, la Hermandad trabaja denodadamente para escapar de esa regulación intervencionista que, de llevarse a efecto y aplicarse, podría dejar en entredicho la propia verificación del cortejo. Así, hay que contextualizar en ese marco la redacción de unas Ordenanzas para regular (a partir del año 1778), en sintonía con la legislación vinculante, el quehacer de la Hermandad y su cometido procesional. Del minucioso análisis de las cláusulas redactadas, se extrae una disposición y orden procesional casi similar, grosso modo, al heredado a comienzos de la pasada centuria (siglo XX); con una supeditación manifiesta de las restantes hermandades respecto a la del Nazareno (y las cuales irían conquistando, paulatinamente, cotas de independencia); la clásica y primitiva prerrogativa de ésta, encabezando el desfile con pendón y cetros; y la no tan sorprendente mención expresa al Santísimo Cristo de la Luz.
Al hilo de lo anteriormente apuntado, las recientes y valiosísimas aportaciones del autor Antonio Pérez Valero, publicadas en el año 2011, arrojan luz sobre algunos de estos extremos; y afectando, en gran medida, a la Hermandad del Nazareno del Salvador y, por consiguiente, a la procesión que preside. Así, amén de enfatizar algunos parámetros históricos, generalmente desconocidos (como los tendentes a una posible, inicial y radical independencia de nuestra Hermandad respecto al Cabildo de San Nicolás de Tolentino), el investigador remarcado presenta y escruta una jugosa documentación que viene a clarificar la desorientadora presencia histórica en el cortejo de la Madrugada del Viernes Santo de la antes aludida Hermandad del Cristo de la Luz. La misma, procedente del Archivo Diocesano de Cuenca y sustanciada a partir de un más que enjundioso y trascendental pleito originado entre nuestra Corporación y la del reseñado Santísimo Cristo de la Luz, en el año 1764; tiene que ver con la desaprobación y oposición de la primera a que concurra en el desfile de los “Nazarenos”, con su efigie, la segunda. Las conclusiones que establece el que fuera Presidente de la Junta de Cofradías de Cuenca, en atención a la profusa transcripción y estudio de los autos dictados, sitúan y datan la veraz participación de la Cofradía del Cristo de la Luz, en nuestra procesión, desde el ecuador del siglo XVIII (ubicándose, en la carrera, entre las de San Juan Evangelista y Nuestra Señora de la Soledad). Asimismo, la venerada Imagen del Crucificado y con la presumible y esgrimida salvedad del año 1765 ‒cuando desfilara, en solitario y a las diez de la mañana, el Viernes Santo‒, continuaría integrando el cortejo del Amanecer, en juicio contrario a lo que, tradicionalmente, se presumía: que, desde 1766, la citada Hermandad del Cristo de la Luz ya disponía una celebración procesional hacia el mediodía.
En aras de agilizar este sucinto repaso sobre una temática tan densa como el origen y evolución histórica de la procesión Camino del Calvario, conviene situar el foco de atención en los compases finales de la etapa plena del barroco; es decir, en el primer tercio, aproximadamente, del siglo XIX. Durante el transcurso de ese escurridizo puñado de lustros y como también le sucediera a las Hermandades procesionales del Jueves Santo, las Corporaciones inmersas en la mítica procesión de los “Nazarenos” iban a abandonar su, hasta entonces, inamovible sede religiosa, radicada en el capitalino cenobio agustiniano; alterándose, por tanto, el marco espacial del que nacía, y en el que se clausuraba horas después, la emblemática procesión que ahora nos ocupa.
Sin obviar una subsiguiente y secular voluntad institucional bastante intervencionista para con el ambiente cofradiero (amén de las generales y consabidas disposiciones desamortizadoras); y a propósito del conocido fragor bélico desencadenado por la guerra de la Independencia, que tanto quebranto ocasionara en cuanto al patrimonio monástico, las Imágenes procesionales celadas en el Convento de San Agustín iban a ser alojadas, de modo temporal y para que la francesada no las diezmara, en la Iglesia de El Salvador. De modo que, entre los años 1812 y 1814, según los especialistas, las tallas se trasladaron a la citada Parroquial para, ya en 1816, retornar al citado complejo monástico de San Agustín. Dicho regreso (y efeméride interesante, para nuestra procesión, en el camino raudo del segundo centenario de la misma), fue revestido con tenor ceremonioso; arbitrándose un vespertino cortejo especial que es relatado, de la siguiente guisa, en el maravilloso Libro de Actas de la Hermandad de San Juan Apóstol Evangelista:
En el día 24 de agosto de 1816, día de San Bartolomé a las cinco de la tarde desde la Parroquia de El Salvador, se formó una solemne procesión con asistencia del Cabildo de Señores Curas y Beneficiados Religiosos de todas las comunidades, y de las Autoridades Reales y Eclesiástica y de las Hermandades sitas en San Agustín, y fueron llevados en dicha Procesión las Sagradas Imágenes de Jesús Nazareno, Cristo Crucificado con título de la Luz, María Santísima de la Soledad y el Glorioso Apóstol Nuestro San Juan Evangelista con asistencia también de otras Hermandades, y mucho concurso de todo el pueblo llevaron los Pasos hermanos vestidos de Nazarenos como si fuese el Viernes Santo. La carrera fue subir al Peso Real y bajar por la Trinidad y al entrar en el Convento de San Agustín, se cantó un solemne Tedeum. Y al día siguiente, que fue domingo hubo una solemne función de acción de gracias, por la nueva colocación de los Santos Pasos, que desde el año 1812 estaban como depósito en la Parroquia del Salvador en motivo de las tropas francesas que en aquella época nos dominaban destrozaron el Convento e hicieron otros daños, y aun las Sagradas Imágenes hubieran sido quemadas, si no se hubiera cuidado de subirlas a la Parroquia(2).
Definitivamente y en el año 1835, apenas dos décadas después de los hechos glosados, las fuentes documentales son clarividentes en el extremo incontestable de que las Imágenes pasionistas de la Madrugada del Viernes Santo conquense fueron depositadas, ya de modo permanente, en la Iglesia de El Salvador; en sana correspondencia con la jurisdicción parroquial a la que pertenecían. No obstante, el ruinoso estado del Convento de San Agustín ‒hoy, un vago recuerdo en el imaginario colectivo‒, precipitó la asunción de soluciones provisionales en aras de guarecer, con seguridad, las históricas tallas de nuestra procesión. En ese contexto, hay que enmarcar algunas referencias archivísticas (y las propias Constituciones de la Hermandad de la Soledad de San Agustín, impresas en 1899), que apuntan hacia una más que posible y fugaz estancia intermedia, a partir de los dos últimos años de la década de los treinta y hasta el arriba anotado 1835, en el Convento de San Francisco; planteándose el interrogante procesional de si la comitiva de los “Nazarenos”, durante ese lustro, habría principiado su anual ejercicio penitencial desde los mismos dominios de San Francisco.
Afortunadamente y tras esa etapa de aguda crisis para la Semana Santa de Cuenca que significara el siglo XIX, la evolución de la procesión Camino del Calvario, a lo largo de la pasada centuria, comporta un período tan abundante en acontecimientos, como bastante reconocible para el caso de los capítulos más importantes que jalonaron el mismo. En consecuencia y sin silenciar ese pintoresco fenómeno que es la implementación de las turbas (antecediendo al clásico cuerpo procesional del cortejo, en su designado papel de burla, y manifestación que parece no anterior al mencionado siglo XIX); trazaremos, en los siguientes párrafos, un fulgurante repaso a algunos hechos capitales que, de uno u otro modo, fueron perfilando la comitiva del Amanecer Santo de Cuenca.
Comiéncese, en buena lógica, recordando el paulatino engrandecimiento de nuestra Semana Mayor y experimentado desde el mismo alumbramiento de la centuria anterior. Así, florecerían nuevas procesiones ‒aunque la discusión historiográfica sigue forjando novísimas connotaciones‒ y, por tanto, el acopio progresivo de tallas pasionistas; hasta el punto de ir configurándose, en aquellos primeros lustros, un programa pasionista que, básicamente, podría corresponderse con el mismo que se verificaba, cuando la Pasión según Cuenca, hasta los mismos prolegómenos de la guerra civil (sabida es la más moderna irrupción de los celebrados desfiles de ambos Domingos, Martes y, mucho más tarde, Lunes Santo).
A propósito de lo comentado, hay que noticiar una primera novedad que afecta, directamente, a la también denominada “Procesión de las Injurias”; y, más particularmente, a la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Es la que tienen que ver con la incorporación, mediante la dadivosa y munificente donación de Mariano Catalina en el año 1904, del paso de “Jesús Caído y la Verónica”. Venerado y tutelado por nuestra Hermandad, este popular Misterio desfilaría en el cortejo de la Madrugada del Viernes Santo, justo detrás de la Imagen del Nazareno; tal y como sucede en la actualidad y al igual que, también, puede atestiguarse en añejas instantáneas fotográficas; o en esos preciadísimos documentales que, gracias a Tomás Camarillo Hierro y José Barrachina, ilustran nuestro encarecido ayer procesional con escenas en movimiento (en estos últimos puede atisbarse, del mismo modo, la emocionante presencia de aquel restringido grupo de turbos que concurrían en la comitiva, ataviados para la ocasión y aferrados al ronco tambor).
Escasos estrenos o modificaciones vertebrales pueden computarse en nuestra procesión, en paralelo o después de la cuestión anterior; si acaso, la misteriosa incorporación de una figura del Cirineo en el paso Titular de la Corporación del Nazareno o la correlativa creación de una efectista Guardia Romana (a modo de escolta); al alimón de otros elementos ornamentales, como la adición de un templete o palio para el caso de San Juan Evangelista (y la adquisición de una argentada palma), o el rutilante estreno de unas andas para la Imagen de la Soledad de San Agustín.
Con este panorama esbozado, repleto de proyectos para embellecer nuestros cortejos (con la anuencia y decidido apoyo económico del Consistorio local en la recta final de los felices 20) y verificado el ininterrumpido concurso procesional de las Imágenes pasionistas durante la II República; cabe recordar las penosas consecuencias que, para nuestra Semana Santa, acarrearon los salvajes sucesos acontecidos durante la contienda bélica de 1936/39. Más allá del evidente trauma humano que supuso la refriega fratricida, las incontroladas y revolucionarias actuaciones perpetradas contra el patrimonio religioso, en esas crudelísimas y prematuras fases de la guerra, esquilmaron el elenco devocional y pasionista de la capital conquense; feneciendo un sinnúmero de pasos procesionales. Y sumiendo, por tanto, en una profunda depresión espiritual a una ciudad que, desde antiguo, celaba con impar bizarría todo lo relativo a su Semana Grande.
En este punto, emerge, como paliativo impagable, la muy ardua y encomiable labor que, tras el final de la contienda, se desarrolló en Cuenca al objeto de reconstruir nuestra gran Semana Santa. El punto de partida y los condicionantes no podían ser peores: siendo escasas las Imágenes procesionales que sobrevivieron al reciente y desolador ínterin belicoso, y no mucho más optimista el escenario socio-económico resultante, y a partir de cual había que cimentar y levantar nuestros celebérrimos desfiles. Sin embargo, la pertinaz y talentosa iniciativa de un escogido grupo de cofrades; el reponedor ánimo generalizado de todo un pueblo, empecinado en recuperar el esplendor de antaño; y, dicho sea de paso, la crucial colaboración de las instituciones oficiales; consiguieron lo que parecía imposible o, al menos, impensable. Rehacer, desde las mismas cenizas, unos cortejos procesionales brillantes y a la altura de nuestra innegable nombradía. Y, desde el punto de vista escenográfico y estético ‒implicando, para ello, a artistas de relumbrón‒, hilvanar un envidiable catálogo imaginero; el cual, es considerado, sin fatua vanidad o desdoro para otros, como paradigma de la mejor escultura religiosa española, de carácter procesional, posterior a la guerra civil.
Sobradamente conocidos y divulgados(3), a expensas de las ampliaciones documentales anunciadas, son los corajudos avatares que sacudieron a la procesión Camino del Calvario en esos primeros compases de la inmediata posguerra. Así, aquel primer y memorable desfile del Amanecer del Viernes Santo del año 1940, cosido por los alfileres de la urgencia y preludiado por el grandioso caminar del Padre Jesús de Sisante ‒el legendario y entonces lastimado Nazareno de La Roldana‒, supuso una suerte de reparador alivio de almas, a la par que un improvisado cortejo; y al que nuestras Hermandades concurrieron con tres correspondientes Imágenes de Jesús Nazareno, San Juan Evangelista y Soledad de San Agustín que, al año siguiente, ya no formaron parte de la procesión. Nos estamos refiriendo, en primer lugar y obviamente, a esa talla del Nazareno que, obrada por Tomás Marqués Amat y depositada hoy en Cañete, fue prestada, para la ocasión, por la homónima Hermandad del Jesús del Puente, propietaria de la misma para entonces. Y a esa efigie de San Juan Evangelista ‒salida del mismo obrador de quien era hijo de Tomás Marqués Casola (autor vinculado a las Imágenes que veneraban, con anterioridad a la contienda civil, las Hermandades de la Virgen de las Angustias y Cristo de la Agonía)‒, y cuya rocambolesca pista pareció perderse por la Serranía conquense. También, claro está, a esa reducida Imagen de la Virgen en Soledad que daría pie, a lo largo de los años siguientes y en el seno de su Hermandad, a otras tallas marianas como las que, hoy, hermosean en Jábaga (Pío Mollar) o la fastuosa y reciente de Coullaut-Valera.
En otra sección de esta página oficial, se ha dado cuenta ya del multitudinario y ceremonioso acto de bendición, organizado en la Iglesia de El Salvador en el mes de marzo del año 1941, de las nuevas Imágenes procesionales destinadas a nuestro desfile; las actuales de Jesús Nazareno y San Juan Evangelista, labradas, en su mejor versión e inspiración, por el eximio escultor Luis Marco Pérez, y otra nueva y anterior de Nuestra Señora de la Soledad. En este sentido, refulge sin miramientos otra de esas efemérides cimeras para el devenir de la procesión Camino del Calvario; acercándose, pues, el 75 aniversario de tan trascendental episodio.
Sería el laureado e insigne artista de Fuentelespino de Moya, el encargado de engrandecer, en el año 1945, el abanico imaginero y pasionista del cortejo del Amanecer; entregando a la Hermandad del Nazareno del Salvador la talla del Cirineo que, a su vez, completaría el paso Titular de la misma; y, al unísono, sendas figuras de Jesús Caído y Verónica (La Caída). De manera que, la citada Corporación recuperaba ahora, en atención a los derechos históricos adquiridos sobre este Misterio a comienzos de siglo, la presencia en la calle de su segundo grupo pasionista (en delicado litigio con otra naciente que hoy, finalmente, engrosa el desfile de Paz y Caridad). Apenas dos años después, en 1947 y gracias al buen hacer del inconmensurable y madrileño Federico Coullaut-Valera Mendigutía, la descomunal y actual Imagen de Nuestra Señora de la Soledad (de San Agustín) pasaba a integrar, con todos los honores, la comitiva de la Madrugada; impartiendo silencio, con su majestuosidad, entre esa mañana preñada de contrastes.
Cuatro décadas después, con la preocupante masificación de las turbas como tónica dominante a partir del ecuador del siglo XX y el fastidioso retraso procesional sobrevenido, la precitada Hermandad de la Soledad adquirirá un segundo paso procesional, El Encuentro de Jesús y la Virgen camino del Calvario o, más abreviado y castizo, El Encuentro. Concretamente, el estreno procesional de este paso de Misterio se verificó en el año 1987; y su composición, materializada por el conquense escultor Vicente Marín Morte (hacedor de más imaginería religiosa en nuestra Pasión y, también, en la muy reputada leonesa), obedece a una escena de la IV Estación del Vía Crucis, con Jesús cargando con la Cruz mientras dirige su mirada próxima a la Madre.
De la manera y forma previamente relatada, discurre la grandiosa procesión Camino del Calvario: con tres Hermandades y cinco pasos procesionales. Con unas fervientes filas entrelazadas, y ahora recrecidas, por fieles penitentes. Morado y morado; verde y rojo; negro. Y las turbas, multicolores por doquier, prologando tan arraigada manifestación. Nimia, en comparación con lo escrito, es la relevancia de otros vaivenes por los que ha atravesado nuestro querido desfile. Algunos de ellos, última y desgraciadamente, condicionadas por ese enemigo tan odioso en Semana Santa: la lluvia. Y sus enrevesadas consecuencias, a desterrar y enterrar, cuando la Madrugada. Como polémico epílogo a una desastrosa suspensión de la comitiva, durante la carrera del año 2002, las Imágenes procesionales de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador no formaron parte del mismo cortejo en el año siguiente. Así lo quisieron, y decidieron, sus hermanos.
Turno, en esta hora, para un siglo XXI que ha tocado inaugurar. Apurada la primera década, y en lontananza, aguarda la celebración del IV centenario de la fundación de la Procesión Camino del Calvario. No será fecha menor, pues, el año 2016. Como tampoco, la memorable responsabilidad que, ante Dios y los antepasados, atesoran los devotos de las tres Hermandades que, hoy, ostentan la enorme fortuna y exigente responsabilidad de hacer honor a la grandeza que demanda tan acrisolado desfile.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA: GONZÁLEZ PALENCIA, A., Fuentes para la historia de Cuenca y su provincia, nº. 368, C.S.I.C. y Ayuntamiento de Cuenca, 1949; IBÁÑEZ MARTÍNEZ. P.M., Orígenes de la Semana Santa de Cuenca (siglos XVI-XVII), Cuenca, Editorial Alfonsípolis, 2007; MONEDERO BERMEJO, M.A., Catálogo de la Exposición IV Centenario de la procesión Camino del Calvario (1586-1986), Cuenca, Comisión organizadora de los actos, 1986; MOYA PINEDO, J., “Ordenanzas de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno que se venera en el Convento de Agustinos Calzados de la Ciudad de Cuenca”, Cuadernos de Semana Santa, 1993, pp. 5-45; “Real Cédula de su Magestad Don Carlos III de 1777”, Cuadernos de Semana Santa, 1996, pp. 7-15; PÉREZ VALERO, A., A través de mi capuz, Cuenca, Diputación Provincial de Cuenca, 1997; La Cuenca Nazarena hasta el siglo XX, Cuenca, Diputación Provincial de Cuenca, 2011; “Las primeras Imágenes de la Madrugada”, Cuadernos de Semana Santa, 2013, pp. 37-41; RECUENCO PÉREZ, J., Huerto del Jueves Santo. Historia de una Hermandad, Cuenca, Vble. Hdad. de Ntro. Padre Jesús Orando en el Huerto (de San Antón), 1998; Ilustración y Cofradías. La Semana Santa de Cuenca en la segunda mitad del siglo XVIII, Cuenca, Junta de Cofradías de Semana Santa de Cuenca, 2001; REQUENA, A., LUCAS, J.L. y MOYA, J., Las Turbas: aproximación a un estudio, Cuenca, 1980.
NOTAS FINALES.-
(1) Hay que constatar alguna contradictoria noticia publicada al respecto: “Con referencia a las postrimerías del siglo pasado, se sabe que las imágenes que por aquel entonces fueron objeto y del culto de la Hermandad fueron regaladas por don Mariano Catalina, y otras posteriores por D. José Cobo, como así mismo vestiduras y otros objetos valiosos para el culto. La imagen titular ha sido siempre Nuestro Padre Jesús caminando con la Cruz a Cuestas. A finales del siglo pasado se le agregó la figura de un ángel que ayudaba a Jesús a llevar la cruz. Posteriormente, en 1904, fue sustituido dicho ángel por la figura del Cirineo” (MOYA PINEDO, J., “Ordenanzas de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno que se venera en el Convento de Agustinos Calzados de la Ciudad de Cuenca”, Cuadernos de Semana Santa, 1993, p. 33). No obstante y al menos, téngase en consideración uno de los numerosos razonamientos esgrimidos por Pérez Valero; así y proveniente de las crónicas periodísticas locales de finales de los años veinte, rescata la siguiente y sintomática reseña referida a las Imágenes procesionales del desfile de la Madrugada del Viernes Santo: “Las tres esculturas estaban en el convento de San Agustín, que en la época de la exclaustración fueron trasladadas al Salvador (1834), y tienen, sobre su intrínseco valor artístico, la pátina ennoblecedora de los siglos. La Verónica es moderna y vale poco. Las tallas de Jesús Nazareno y de San Juan proceden, casi seguramente, de la misma mano y son muy estimables obras, matizadas de un exotismo que invita a investigar su origen” (“Semana Santa. Fotografías de los pasos más notables y descripción de las procesiones”, La Voz de Cuenca, Año VI, nº. 249, 10-04-1927, p. 4).
(2) PÉREZ VALERO, A., La Cuenca Nazarena hasta el siglo XX, Cuenca, Diputación Provincial de Cuenca, 2011, pp. 160-161.
(3) CALVO CORTIJO, L., 50 años, y… un día, de la Semana Santa de Cuenca (1940-1990), Cuenca, Excmo. Ayuntamiento de Cuenca, 1990; o MORALEJA IZQUIERDO, F.J. y PÉREZ CALLEJA, I.J., “El resurgir de la Semana Santa de Cuenca en la década de los años cuarenta. Una aproximación para su estudio riguroso (1939-1945)”, Cuadernos de Semana Santa, 2008, pp. 15-67.
La histórica procesión Camino del Calvario está compuesta, en estricto orden secuencial, por esta Real y Antiquísima Hdad. de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador (que, a su vez, ostenta la Presidencia Ejecutiva del desfile); la Venerable Hdad. de San Juan Apóstol Evangelista; y la también Venerable Hdad. de Nuestra Señora de la Soledad (De San Agustín). Empieza, con este imponente séquito, el primer capítulo de esa abrumadora trilogía pasionista del Viernes Santo conquense y que, tan bien, representa la jornada más trascendente de la Semana Santa: la celebración de la Muerte de Jesucristo.
Con la aurora venciéndose, concretamente a las 5,30 horas y desde una atestada Iglesia de El Salvador (sede canónica de las tres Corporaciones en liza), comienza la celebérrima procesión Camino del Calvario. La misma, arranca con la tan emocionante como deslumbrante aparición del muy venerado Jesús de las Seis, franqueando majestuoso el dintel de la portada del templo. Recibido por las multitudinarias turbas, al tradicional y desordenado compás de clarines estridentes y roncos tambores, el Nazareno del Salvador, auxiliado por el Cirineo bajo el peso de la Cruz, antecederá al resto de Imágenes y Hermandades por un enmarañado itinerario, por bello y telúrico, durante las próximas siete horas. Este primer conjunto procesional, obrado por el insigne escultor e imaginero Luis Marco Pérez, precede a un segundo paso de Misterio, también propiedad de la Hermandad del Jesús, que es popularmente conocido como La Caída (del mismo modo, tallado por el predicho y preclaro artista nacido en Fuentelespino de Moya).
Con una estimable ordenación de sus filas y bien nutrida de hermanos de luz revestidos de morado y morado, sendos pasos procesionales de la Hermandad del Nazareno de El Salvador son secundados en su menester pasionista, primeramente, por la no menos impactante y tierna donosura de la Imagen de San Juan Apóstol Evangelista, Sagrado Titular de la Hermandad homónima y cimera creación del citado Marco Pérez; el cual flamea una graciosa palma cimbreante sobre andas de nube como tejida en terciopelo verde. Finalmente y amén del preceptivo y marcial epílogo en forma de Banda de Música, y sin olvidar la respetable asistencia de la Presidencia Eclesiástica e Institucional, el cortejo es brillantemente completado con el sobrio quehacer penitencial de los orgullosos banceros de los dos pasos procesionales integrados en la Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad (De San Agustín): el más moderno Encuentro del Señor con la Virgen, realizado por el conquense Vicente Marín; y el tan soberbio de la Titular de la Corporación, tallado por el eximio Federico Coullaut-Valera.
Capitaneado por el guión morado de la Hermandad que gobierna, será, precisamente, este cadencioso despegue y conformación de la carrera, en busca ya del río Huécar y una ciudad moderna bañada por los primeros destellos del alba, una de las singularidades más grandiosas de este desfile colmado, por otra parte, de un sinfín de contrastes (también lumínicos), pintoresquismo impar y fervor insobornable. Y en lo que, además y sin abundar en preferentes cuestiones espirituales, representa un incomparable y portentoso catálogo de la mejor imaginería religiosa procesional española posterior a la guerra civil.
En adelante, se precisará la bien conocida ruta pasionista que apura esta archiconocida comitiva del Amanecer conquense por el entramado urbano de la capital; y, cosa peliaguda por pretenciosa y personalísima, quedarán subrayados algunos de los innumerables puntos de interés y plasticidad que jalonan el recorrido. De esta manera, el grueso procesional desciende, prologada por las bulliciosas turbas, por la calle de San Vicente hasta desembocar en la Puerta de Valencia, ante la mirada estremecida de cientos de visitantes que asisten atónitos desde las aceras. En este tramo del itinerario, resulta harto destacable el retenido peregrinar de la Virgen de la Soledad, a la altura de la añeja herrería de la calle Alonso de Ojeda, desde la que se eleva un desgarrador motete a Nuestra Señora en sonora competencia y armonía del martillo sobre el yunque.
Tras atravesar las calles de Las Torres y Aguirre, histórica entraña urbana y pasionista de la Cuenca remota (aunque pase desapercibida), la procesión enfila, con creciente luz natural, esa arteria principal de nuestro callejero que es la Carretería. Igualmente recomendable podría ser la visualización del cortejo desde este punto, pues la espaciosa longitud de la vía permite al espectador recrear una mirada conjunta y enriquecedora de toda la comitiva; como si, además, dicha contemplación escalonada fuera orlada, en lontananza, por esa sin igual constante patética de ruido y silencio que, ahora, atraviesa con naturalidad al desfile. Hora es de no obviar, cosa en absoluto baladí, el magnetismo espacial y especial que para esta Hermandad y procesión posee la actual Plaza de la Constitución, ubicación antañona del legendario Convento de San Agustín: el comienzo de todo cuatro centurias atrás.
Después de volver a brincar el Huécar por la vetusta Puenseca, en el mismo recodo del Puente de la Trinidad, la procesión emprende la tortuosa subida hacia la Catedral de Santa María y San Julián. El esplendoroso discurrir de la misma, más adobada de presencia infantil a estas alturas, negocia algunos hitos estelares de la recién estrenada mañana; cual es esa unánime y poderosa clariná proferida por las turbas selectas cuando el Jesús encara, con su grandeza y devoción de siglos, el nacimiento aledaño de la calle de San Juan o Estrecha. A pocos metros de distancia, un puñado de minutos después apenas, las célebres y atiborradas curvas encadenadas de la Audiencia serán excepcional preámbulo de sentires excitados y que, calles Andrés de Cabrera y Alfonso VIII mediante, van a desembocar, como ayer y siempre, en la Plaza Mayor. Allí, una ingente marea humana permanece, impertérrita y fiel, ante la paulatina llegada de las Imágenes de la Madrugada a los pies mismos de la Basílica, prestas para disponer el habitual receso. En este sentido, por hilvanar siquiera alguna disparidad desbordante, compárese la algarabía inapelable de las turbas cuando el Nazareno de las Seis atraviesa los arcos consistoriales con ese posterior y silente marchar de la Madre en Soledad, como abriéndose paso entre los corazones a punto de estallar.
Concluido el efímero descanso de rigor, en una especie de peculiar y desacralizada Estación de Penitencia a la intemperie, la comitiva afronta uno de los capítulos más colosales e inenarrables de la andanza procesional: el definitivo descenso hacia su sede canónica de El Salvador. Ya con las horas multiplicadas sobre los hombros y tulipas desgastadas, a la altura de la Iglesia de San Felipe Neri y tocando con la mirada y el aliento la mítica estrechura del Peso, el mutismo se impone en la cabecera del desfile para que vuele limpio y puro el sobrecogedor canto del Miserere a las Imágenes; excepto a la de la Santísima Virgen de la Soledad, que es reparada por su pueblo devoto con un severo Stabat Mater. Ilustrativa del tenor exclusivo de esta procesión, de esta Semana Santa imperecedera, resulta la interpretación primera de tan popular y doliente estribillo ante la Imagen del Nazareno del Salvador; sin más contrapunto que la inesperada mudez organizada hasta que, culminadas las penúltimas notas, es la propia ciudad la que se resquebraja por entero bajo el tambor y temblor unísono de las turbas.
Desandando el camino un poco más, el desfile gira abruptamente en los últimos metros de la calle Andrés de Cabrera. La romántica angostura del Peso mide, en la hora justa, grandeza y pericia. Palabras mayores. Tiempo para capataces capaces y experimentados banceros. Terreno íntimo para la tulipa. Magisterio impagable para samaritanas y jesusitos que serán los nostálgicos nazarenos del mañana. Preciado y precioso mirador de la Pasión según Cuenca. Encrucijada superlativa con balcones acariciando fachadas contrarias. El principio del fin. Cuenca, al por mayor.
Tras su paso ralentizado por la muy nazarena calle de Solera, y con los turbos genuinos apostados ya ante las puertas broncíneas de El Salvador, las Hermandades protagonizan un diligente y raudo broche procesional, brindando un más que conmovedor encierro. Con la claridad rampante como testigo y el mediodía anunciando procesión nueva, el Nazareno de las Seis inaugura la clausura del cortejo; ingresando en el templo entre fulgurantes chasquidos de palillos, apenas sofocados por el eco roto y trémulo del postrero miserere de sus banceros. Al final, como al principio y siempre, el consabido desenlace procesional, caracterizado por esa sepulcral afonía reinante entre la muchedumbre agolpada en la, por momentos, empequeñecida Plaza de El Salvador. Aquélla aguarda, contrita, la despedida de la Soledad de San Agustín que, aventajada por el discípulo amado, preludia su regreso memorable con un palio enhiesto de piedad y bajo el que Cuenca entera camina.
ITINERARIO DETALLADO: Salida: a las 5,30 horas desde la Iglesia de El Salvador; calle de San Vicente; Alonso de Ojeda; Puerta de Valencia; Las Torres; Aguirre; Plaza de la Hispanidad; Carretería; Plaza de la Constitución; Calderón de la Barca; Puente de la Trinidad; Palafox; San Juan; Andrés de Cabrera; Alfonso VIII; Plaza Mayor (breve descanso ante la Catedral); regresando por Plaza Mayor; Alfonso VIII; Andrés de Cabrera; Peso; Solera; Plaza del Salvador: Iglesia de El Salvador, haciendo entrada en el templo la Imagen del Jesús hacia las 12,30 horas y, tras Él, el resto de imágenes y pasos procesionales.
FUENTE.- Elaboración propia a partir de la siguiente referencia: ABARCA CONTRERAS, A. (coord.), Programa Oficial de Semana Santa Cuenca 2013, Cuenca, Junta de Cofradías de Semana Santa de Cuenca, 2013.