
Patrimonio de la Hermandad
En este apartado podrás saber toda la información sobre el patrimonio de la Hermandad.
La Real, Antiquísima, Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador de Cuenca conserva un valioso patrimonio mueble, más allá de sus representativas Imágenes procesionales, dotado de un acusado interés artístico. Entre las piezas más destacadas, puede cifrarse el espectacular broche de Jesús Nazareno que, donado a esta Hermandad por José Cobo hacia comienzos del siglo XX, fuera realizado por M. Cejalvo.
Esta linajuda presea de reducidas dimensiones, colocada anualmente en la proa de las andas, a los pies mismos de nuestra Imagen Titular cuando el desfile procesional de cada Viernes Santo, conforma una detallada joya de oro, brillantes, zafiros y topacio. Hilvanada con paciencia de orfebre y ricos materiales, se aprecian cuatro engastes esmaltados al fuego con detallados atributos de la Pasión.
Se trata de un elemento ornamental que la Hermandad cela con esmerado honor y cariño, pues a su rara condición de supérstite, tras la guerra civil; hay que añadir su contemporánea recuperación, mediante la entrega del mentado broche a un sacerdote y bajo estricto secreto de confesión, después de haber sido sustraído a la misma en el verano del año 1991.
La Real, Antiquísima, Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador de Cuenca, como no podía ser de otra manera y de modo análogo al resto de Corporaciones pasionistas de Semana Santa, ha mostrado y demostrado un inveterado afán por jalonar, con brillantez, todo lo que tiene que ver con su escenografía procesional. Enmarcada dentro de la misma y en una vertiente puramente patrimonial, hay que aludir, con brevedad siquiera, a sendos grupos de andas que entronizan a nuestras Imágenes, en su peregrinar penitencial por las calles conquenses, cada anual desfile de Viernes Santo. En esta línea, cabe apuntar, como punto de partida estético, que dichas andas de ambos pasos procesionales entroncan directamente, y sin remilgos ornamentales, con esa severa y tradicional puesta en escena de la Hermandad cuando el cortejo franquea la cancela de la Parroquial de El Salvador. Es decir, vuelve a evidenciarse, con la sucesiva implementación de unas andas de trazo rotundo y austero, el proverbial e irrenunciable sentido sobrio y profundo de nuestro quehacer e identidad procesional; poco amiga de artificios recargados y de enseres masivos; y generosa, hasta el límite, con el protagonismo incuestionable de sus Imágenes.
En un plano histórico, debe comentarse cómo ya en el mes de octubre del año 1942, esta Hermandad comisiona al activísimo cofrade D. Juan Ramón de Luz para que, cuando visite en Madrid a Luis Marco Pérez, le exponga el proyecto de andas que, destinado al Jesús del Salvador, ha sido aceptado por la misma y que fue presentado por el industrial Apolonio Pérez; con el fin de que las medidas se compadezcan con las dimensiones de las Imágenes del Titular y del, entonces en proceso de elaboración, Cirineo. Además de facultar al laureado escultor para que introdujera alguna variación decorativa en el precitado proyecto de andas, si le pareciera menester. No en vano, apenas unos meses después (abril de 1944), el propio hermano De Luz informa en Junta General sobre las gestiones llevadas a cabo con el fuentelespinero y referentes a unos grupos de luz, a aplicar en las andas, y a una desconocida maqueta realizada con figuras de ángeles que habría que adicionar.
En el sentido apuntado, además de remarcar la estrecha vinculación artesanal de Apolonio Pérez con la Hermandad (su pericia fue reclutada para otros y futuros menesteres), conviene acentuar la continua ligazón del mentado Marco Pérez con aquella. Pues, además de encomiendas contemporáneas a la relatada y ciñéndonos al aspecto concreto de las andas, debe recalcarse cómo en la iniciática sesión de 31 de diciembre de 1939, cuando se aborda el encargo de la Imagen Titular y el Cirineo al eximio imaginero, también se contempla la hechura de las andas.
Una vez resumido el contexto histórico en el que acaeció la incorporación de las actuales andas procesionales del nuestro Sagrado Titular ‒coronadas por unos formidables grupos de luz, adaptados para el desfile y adquiridos tiempo después, basados en cuatro faroles cardinales de enhiesta hermosura y repujado(1)‒, menester parece insinuar, de modo sucinto, el proceloso capítulo que ha supuesto, a lo largo de las décadas, la prolongada apuesta por unas definitivas andas para nuestro segundo y venerado paso: La Caída.
Atiéndase, por ejemplo, al episodio correspondiente y sustanciado en Junta General Extraordinaria del mes de junio de 1958. En la predicha Asamblea fueron presentados varios proyectos de andas destinados a La Caída. Así, se estudiaron las propuestas planteadas por los prestigiosos industriales conquenses Amancio Contreras, Nemesio Pérez del Moral y Apolonio Pérez; decantándose la elección, de manera unánime, hacia la última y más económica idea de Apolonio.
De modo que, fueron varias las andas que antecedieron en el tiempo (para luego ser subastadas, por citar un caso, a Tarancón) a las actuales que, cada año y cortejo a cortejo, sirven de trono procesional a las figuras de Jesús Caído y la Verónica. Las últimas, fueron obradas por los sempiternos y recordados ebanistas Nemesio y Modesto Pérez del Moral; artesanos de la pasión conquense que, además de contribuir fehacientemente en este capítulo patrimonial a la ardua reconstrucción de la Semana Santa de Cuenca, también fueron protagonistas destacados en varias actuaciones llevadas a cabo por la propia Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador; desde la monumental fabricación de las rejas de la Capilla hasta delicadas restauraciones de las cuatro Imágenes en propiedad de la Corporación. Sabedores y depositarios de un concepto estilístico que ya lustra e ilustra, por derecho propio, el de los mismos cortejos pasionistas de la capital; los inolvidables hermanos facturaron, pues y para este cometido concreto, unas andas perfectamente ensambladas en la idiosincrasia de nuestra Hermandad, las cuales fueron objeto de pública admiración en la reciente y magna exposición organizada en honor a su veraz magisterio y descollante aportación a la Semana Mayor.
NOTAS FINALES
(1) Acerca de los faroles que acompañan el caminar procesional de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador, y aplicados en las andas cada Viernes Santo, podemos establecer la siguiente teoría aproximada sobre su autoría y fecha, atendiendo a esa fedataria fuente de información que supone el Libro de Actas de nuestra Hermandad. Así, la celebración de la Junta de Diputación de 14 de junio de 1948, tiene por objeto acordar el encargo de la confección de unos grupos de faroles para nuestro paso Titular. Responsabilidad artesanal que recae en el conocido Industrial de esta Plaza, Don Juan Ruiz; aceptándose el importe presupuestado de 11.000 pesetas y las demás condiciones estipuladas. Semanas después, verificándose la Junta General Ordinaria de la Hermandad (30 de mayo de 1948), se hace público el antedicho proyecto para, después de alguna discusión, dar un voto de confianza a la Junta de Diputación y a los hermanos Pinós y Ruipérez, como encargados de gestionar el asunto. Finalmente, en la Junta de Diputación de 27 de mayo de 1949 se propone que, con consentimiento de la General, se entregue ya, a Juan Ruiz, alguna cantidad de lo estipulado a cuenta de los faroles; pretensión que toma carta de naturaleza en julio de 1949, cuando la aludida Junta General Ordinaria adopta la medida de abonar un importe de 5.000 pesetas a Juan Ruiz por el ya citado cometido artístico.
Uno de los argumentos patrimoniales más significativos de esta Ilustre y Venerable Hermandad de Jesús Nazareno reside y acapara el espacio cenital de la Capilla presidida por su Sagrado Titular en la sede canónica de la Iglesia de El Salvador de Cuenca. Se trata, evidentemente, de la ornamentación pictórica de carácter muralista ejecutada por el insigne artista conquense Víctor de la Vega Gil.
Como lógico preámbulo del comentario descriptivo de la citada obra correspondiente a los frescos de la Capilla, parece oportuno contextualizar su autoría y cronología; partiendo de la desoladora base de que, exceptuando honrosas y bien recientes excepciones(1), la trayectoria y trascendencia del reconocido autor de los mismos, ha sido poco atendida por estudios académicos solventes que sirvieran para justipreciar la evolución y producción del que fuera Catedrático de Dibujo del Instituto Alfonso VIII y uno de los mejores pintores conquenses de época contemporánea. Inexcusable resulta señalar aquí, pues, algún comentario adicional al respecto para justificar la consideración de estos murales como uno de lo ápices plásticos más preciados de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador. Y que coadyuvan a situar el caudaloso inventario patrimonial de esta Real y Antiquísima Corporación, por derecho propio y conjuntamente con otros elementos artísticos enumerados en este portal, en parecidas cotas de excelencia a la devoción, caridad y fe a la que aspira desde hace cuatro siglos.
Responsable de algunos de los más interesantes renglones de la iconografía católica española del siglo pasado, el pintor e ilustrador Víctor de la Vega ‒nació en el pintoresco barrio capitalino de San Antón un día 20 de abril de 1928‒, ha vinculado su dilatada producción artística a temáticas, entre otras, muy relacionadas con el historicismo local; acuñando esa singularísima y personal fórmula que son los “clavecines”. Además de cultivar el siempre exigente, y en ocasiones clientelar, género del retrato. Sin embargo, la sensible proliferación de obra de carácter religioso comporta una parte fundamental, mollar e innegociable, de su repertorio; atinadamente delimitados por el profesor Pedro Miguel Ibáñez (quien es, por hechos concluyentes, el mayor estudioso del mismo), en tres grandes etapas o fases temporales.
Depositario de unos cánones bastante academicistas en su quehacer e imaginario, Víctor de la Vega se consolidó como el más rotundo contrapunto estilístico del dominante, a la par que esplendoroso, arte abstracto proliferante en la ciudad desde la feliz inauguración del Museo de las Casas Colgadas en 1966. Hasta el punto de encarnar nuestro protagonista, paradójicamente, una especie de heterodoxia escolástica frente a una, en otra hora también impensable, ortodoxia vanguardista. En este sentido, este afortunado contraste estético también está presente en el elenco artístico y material ligado a la Hermandad del Jesús de las Seis, si consideramos como tal el antagonismo enriquecedor de firmas como las de De la Vega y, en otros derroteros plásticos, Miguel Zapata; a la sazón, autor de las puertas de nuestra Parroquial de El Salvador y comisionadas por esta Real y Antiquísima.
Para el caso específico de la decoración de la Capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno, interesa la solvente figura de Víctor de la Vega como muralista figurativo y, de idéntica manera, su archiconocida faceta de pintor de asuntos religiosos. Esta última condición es indisociable ‒al igual que sucede con la imaginería superlativa‒ de esa confesa afinidad espiritual con postulados creyentes y, como no podía ser de otra manera, a manifestaciones públicas tan arraigadas como la Semana Santa de Cuenca. Circunscribiéndonos, como se anunciaba más arriba, al asunto que nos reclama, será curiosamente un espacio distinto al de nuestra Capilla (pero también en la Iglesia de El Salvador), el punto de partida de esa notable serie muralista de carácter religioso fraguada por el artista. Lo constituye el ciclo pictórico conservado en la actual Capilla del Corazón de Jesús ‒antaño ocupada por la célebre capilla de la familia Luna y edificada hacia finales del Quinientos‒; y realizado por Víctor en el año 1951, de forma altruista, bajo encargo del Apostolado de la Oración.
La decoración del espacio cenital de la Capilla de nuestro Sagrado Titular, con la que finaliza el anchuroso programa mural llevado a cabo por De la Vega durante tres décadas, se efectuará entre los años 1982 y 1983; conservando esta Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno, por añadidura, casi una veintena de encuadrados bocetos preparatorios de los frescos y que están expuestos en la Sacristía de la propia Iglesia de El Salvador. Así, acondicionada la pared con un fondo en color gris por los hermanos Carretero Almagro, puede apreciarse, ya en el arco de entrada a la Capilla, la vigilante presencia de dos nazarenos pertrechados, respectivamente, con tulipa y estandarte. Parece como si sus siluetas anhelaran alargarse un poco más mediante un conseguido efecto de sombras. Asimismo, la bóveda baída está salpicada de una inquieta y nerviosa tropa de ángeles batiendo instrumentos musicales y elementos propios de la Pasión. Del mismo modo y sin dificultad alguna, se percibe la prestancia majestuosa de los profetas Daniel, Jeremías, Isaías y Ezequiel; los cuales, descansan sobre cada uno de los cuatro vértices de arranque de la bóveda.
Finalmente, en cuanto a los dos sectores del muro ‒sendas tablas al óleo empotradas en la pared y hábilmente ligadas con la superficie del mural en sí‒, se observan ambas representaciones de los cuatro evangelistas y, al fin, de Jesús Nazareno bajo el peso de la Cruz y ayudado por el Cirineo. En este mismo sentido y concerniente al último caso, digno de mención resulta el recurso paisajístico elegido por Víctor de la Vega para solucionar la transición de la tabla al propio muro; perfilando los inconfundibles derrumbaderos y peñascos de la Hoz del río Huécar hacia la zona de San Pablo.
La Real, Antiquísima, Ilustre y Venerable Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de El Salvador de Cuenca es depositaria de una serie de elementos histórico-artísticos dotados de un valor simbólico innegable. Además del renombrado broche, al que se hace mención independiente en otra sección de esta página oficial, y de ese espectacular e impactante relicario pectoral con lignum crucis ‒expuesto en la antológica muestra del IV centenario de la procesión Camino del Calvario en marzo del año 1986; laborado en cristal de roca y donado por Doña Trinidad Cavero‒; ostentan singular relevancia una serie de objetos que, hoy, hermosean la planta superior del conquense Museo de Semana Santa.
Así, junto al extraordinario cíngulo (cordón o cinta, habitualmente de seda o lino y con una borla en cada extremo, para ser ceñido), no ha mucho tiempo atrás restaurado por prestigiosas manos en atención a su incalculable solera y detalle; conviene subrayar la añeja túnica de la Imagen de Jesús Caído. La misma, elaborada mediante la técnica de aplicación y pasamanería original, supone una maravillosa pieza de terciopelo bordado en oro. Pertenecía a la correspondiente Imagen que integraba el paso procesional de La Caída; incorporado por la Hermandad del Nazareno de El Salvador al cortejo del Amanecer del Viernes Santo, a comienzos del siglo XX. En este mismo sentido, debe enfatizarse la importancia irrefutable de dicha túnica, no solo para esta Corporación pasionista, por comportar enlace evidente con las procesiones conquenses anteriores a la tragedia de la guerra civil. Hasta el punto de significar y ejemplificar, esta pieza impar, uno de los codiciados tesoros que, relacionados con la Semana Santa capitalina y afortunadamente, sobrevivieron al generalizado fenecimiento patrimonial del año 1936.